
Hormigas en el Estómago
Autor WILSON RAUL CARREÑO VELASCO
3.er puesto Concurso Historias Para Viajar 2022
Era noche de luna llena, aunque las nubes no permitieran verla, Uday lo sabía. Las hormigas de la noche, las anunciadoras, estaban revoloteando alrededor del fogón, esas se dejaban para que fueran alimento de los sapos, comerlas causaba sordera en los humanos, eso todos lo sabían, era lo que los abuelos llamaban conocimiento ancestral, hacía parte de esa sabiduría que se transmitía en las noches al calor de una fogata. Seguramente esa noche caería un fuerte aguacero y el sol del día siguiente sería radiante. Uday Tomó la última comida de la noche y dejó todo listo para levantarse antes del amanecer y emprender su camino; lo esperaba una larga jornada, debía llevar alimentos que lo llenaran de energía suficiente pero que no se convirtieran en una carga excesiva, pues seguramente la travesía sería agotadora, pero bien lo valía.
Aunque logró descansar, un par de veces su sueño fue interrumpido, la última vez para confirmarle que las nubes estaban bañando la tierra, tal cual como él lo esperaba, volvió a retomar el sueño con una sonrisa en su cara, todo seguía de acuerdo con lo planeado. Mientras descansaba tuvo sueños extraños, el último de ellos lo despertó abruptamente; en su ensoñación había visto que contrario a lo que tenía planeado, su despertar se había dado cuando el sol ya se encontraba en la mitad de su recorrido diurno y él veía como sus planes se derrumbaban sin que pudiera hacer algo para solucionarlo, se veía a las afueras de su choza llorando desconsolado y escuchando a lo lejos las burlas de las mujeres de la comunidad; se tranquilizó al comprobar que solo se trataba de una pesadilla y que aún no había amanecido. No debía seguir durmiendo. Comió lo que había dejado listo desde la noche anterior para no perder tiempo preparando alimentos al levantarse y echó en la mochila arepas de maíz pelado y nacumas asadas, llenó un chucho con agua y el otro lo cargó vacío. Debía caminar más de dos horas a paso firme para encontrar hormigueros disponibles, los más cercanos estarían ocupados por Guary y sus ayudantes, toda la tribu sabía que el hijo del cacique quería recolectar la mayor cantidad de hormigas posible, había contratado a todos aquellos que pudieran ayudarle en su propósito, el pago que estableció por el día de trabajo hacía que ninguno pudiera negarse a aceptar la oferta. Uday tenía muy claro que con cantidad no podía competirle.
Ya el cielo estaba despejado, llevaba más de una hora caminando por el filo de la montaña, Uday pudo disfrutar del aire frio del amanecer y de la imponente luna que se ocultaba tras las montañas del cañón del Chicamocha; antes que los primeros rayos de sol salieran, solo la luz de la luna dominaba el paisaje, reflejándose en las agua haciendo que el cauce del río pareciera una inmensa serpiente de oro atravesando las montañas y perdiéndose en el infinito; la lluvia de la madrugada había hecho que el ambiente se despejara, permitiendo ver más allá del territorio conocido, dejando incluso expuesta a lo lejos una montaña que se diferenciaba de las demás por su punta blanca, esa que algunos viajeros aseguraban que estaba tan fría que convertía el agua en piedra, Uday deseaba un día poder subir hasta el tope de esa montaña para así poder confirmar o desmentir lo que ese mágico lugar se decía. Mientras caminaba por los riscos de las montañas, escuchaba el canto de las aves y disfrutaba del espectáculo de su vuelo, danzaban por los aires anunciando el festín que pronto daría inicio. Ellas también sabían que ese día saldrían las hormigas culonas, la naturaleza era sabia, funcionaba como un todo y a la vez hacía de cada integrante de ella una particularidad que interactuaba con su entorno para hacerla funcionar con armonía. El trayecto se hizo corto y resultó muy productivo, la calma sirvió para terminar de componer la canción que llevaba su nombre, Yama, si ella aceptaba las hormigas, él podría cantársela al oído, no solo una vez sino cada vez que así lo deseara.
Cuando el sol estaba un palmo por encima de las montañas, el fresco de la mañana era solo un recuerdo, el viento frío desapareció para darle cabida a un calor que era realmente sofocante; durante el recorrido Uday había racionado el agua para que le alcanzara así no tuviera que sufrir por sed, debía garantizar el suministro de hidratación para todo el día. Al llegar a su destino, Uday sacó de su mochila unas hojas del árbol de borrachero, las había recolectado de camino y ahora se las estaba restregando desde los pues hasta las rodillas para evitar que las hormigas arrieras y los cabezones lo atacaran enterrando sus picos en la carne hasta hacerlo sangrar, esta planta resultaba muy efectiva cuando de ahuyentar insectos se trataba. Los hormigueros parecían un tapete café y los pájaros tenían su fiesta, capturando en el aire las hormigas que Uday no alcanzaba a recoger y guardar en su chucho; había para todos, ni Uday podía atrapar todas las hormigas que brotaban de la tierra, ni las aves lograban atrapar en el aire las que despegaban vuelo, las hormigas que lograban aparearse en su vuelo, regresaban a tierra, se quitaban sus alas y empezaban a cavar un nuevo hormiguero, así se garantizaba la perpetuidad de la especie, era una norma establecida que aquellas hormigas que lograban escapar de las manos de los hombre en la boba del hormiguero y del pico de las aves en el aire y que ya se encontraban en el suelo y sin alas, no debían ser recogidas, habían ganado su libertad y esta debía ser respetada.
Solo cuando el recipiente estuvo lleno, el recolector de hormigas culonas fue consciente de que el sol ya iba en su recorrido de descenso y él no había probado bocado después del desayuno en su choza antes de emprender su aventura. Las arepas y nacumas saciaron el hambre, mientras el agua refrescó la tarde, unas cuantas hormigas crudas, ya sin alas, patas ni picos, sirvieron para completar el alimento; crudas no resultaban tan ricas las hormigas como después de tostadas, pero ese día Uday sintió su sabor como un verdadero manjar. De regreso al caserío, Uday observó como muchos ya estaban despicando y preparando las hormigas que habían conseguido; como habían visitado los hormigueros más cercanos, su jornada de recolección había concluido más temprano, él sabía que muchas de esas hormigas hacían parte de las que Guary había encargado. Toda esa tarea que sus vecinos adelantaban era lo que a él lo esperaba para poder concluir su misión.
Desde hacía meses tenía guardada una sal que había comprado a los viajeros del norte, era costosa y no resultaba fácil de conseguir, pero definitivamente necesaria para que el sabor de las hormigas se resaltara, tuvo que hacer muchas vasijas de barro decoradas para poder trucarlas por un puñado de la escasa sal, esa que ahora estaba poniendo en un recipiente con agua para empezar a depositar las hormigas, ya sin picos, alas ni patas. El rancho se impregnó del olor que ahora envolvía todo el caserío, producto de lanzar al fuego las partes que se retiraban a las hormigas pues no hacían parte de lo que se consideraba comestible, por varios días ese sería el olor que dominaría en toda la comarca. Dejó las hormigas reposando en la salmuera mientras él dormía y soñaba con dejar de ser un hombre solitario para convertirse en un “aguigua”, hombre con mujer en la casa. Estaba agorado, la caminata que había iniciado en la madrugada, la recolección de hormigas bajo el sol ardiente y luego el regreso a la tribu con el caer de la tarde habían consumido todas sus fuerzas, esas que esperaba recuperar con un plácido sueño, mientras, las hormigas también dormían sumergidas en salmuera.
No se había visto aún el primer rayo de sol del día, pero Uday ya se había levantado lleno de entusiasmo gracias a un descanso reparador, tenía puesto el tejo de barro sobre el fuego, ese era el tejo más grande que había podido conseguir, así lo requería para que las hormigas quedaran bien esparcidas y el calor las envolviera de forma homogénea, evitando que algunas quedaran quemadas y otras crudas; escurrió las hormigas y las puso sobre el disco de barro caliente, el contacto hizo que un vapor se elevara intensificando el olor que ya dominaba el espacio; con una cuchara de palo fue removiendo lenta pero constantemente las hormigas hasta que los culos se inflaron, indicando que era hora de retirarlos del fuego y dejar que se enfriaran, sin esperar que bajara la temperatura, tomó una de las hormigas, la puso sobre su mano izquierda y la sopló hasta que sintió que ya no podía quemarlo, con el dedo índice y el pulgar de su mano derecha la llevó hasta la boca y la saboreó para comprobar la exquisites de lo que había preparado. Cuando las hormigas tostadas estuvieron a temperatura ambiente, seleccionó solo los culos más grandes y mejor tostados para ponerlos dentro del poporo de barro amarillo que había hecho con sus propias manos y decorado con figuras pintadas con el más rojo achiote y aceite de ricino. Las figuras pintadas mostraban tres instantes importantes en la vida de las hormigas culonas: la salida del hormiguero, el ritual del apareamiento en el aire y la construcción del nuevo hormiguero.
Antes del mediodía, Uday llegó al cruce de caminos por el que Yama debía pasar al regresar del río acompañada por el resto de las mujeres luego de recoger el agua que llevarían al caserío, todos los días las mujeres de la comunidad realizaban este recorrido que garantizaba el suministro del líquido necesario para la vida diaria. Ella era la única “tygui” de la tribu, mujer en la edad de la canción y la alegría. Era bien conocido que los dos pretendientes que tenía Yama, eran Guary y Uday, la mayoría daban por hecho que se quedaría con el hijo del cacique, es más, con frecuencia le insistían en que debía decidirse por Guary, pues el otro pretendiente era un huérfano que pasaba los días cantando sus propias melodías y que vivía de hacer piezas de barro que decoraba con gran habilidad, pero que, aunque era reconocido por su talento, lo que obtenía por sus obras no le alcanzaba para competir con el heredero de la dinastía. Uday sabía a qué se estaba enfrentando, lo tenía muy claro, cada una de las acciones tomadas en los últimos días hacían parte de un plan que por mucho tiempo había organizado y que ahora debía llegar a su etapa final. Tomó su poporo lleno de hormigas y lo amarró a una de las ramas del árbol de la ofrenda, fue muy cuidoso en lograr que el recipiente quedara a la altura de los ojos de Yama, para que pudiera fácilmente verlo al pasar, lo aseguró con un nudo que garantizara que el recipiente no se fuera a caer y terminara destrozado en el piso, pero que a la vez fuera fácil de soltar cuando así se deseara. En el piso estaban cinco vasijas grandes llenas de hormigas que ya Guary había puesto frente al tronco del árbol y que él observaba desde un montículo cercano, rodeado de sus ayudantes. Uday nunca había visto tantas hormigas en recipientes listas para consumir como las que su rival había logrado juntar ese día, esa cantidad alcanzaba para ofrecer al menos un puñado de hormigas a cada uno de los habitantes del caserío y sobraría incluso para que algunos repitieran.
Bajo la sombra de una barrigona ceiba, Uday observó que las mujeres se acercaban, el silencio se hizo tan profundo que incluso pudo escuchar como los latidos de su corazón se danan con más frecuencia; al llegar frente al árbol de las ofrendas todas se detuvieron. Por unos segundos las mujeres permanecieron inmóviles, hasta que Yama dio unos pasos al frente, bajó la mirada hacia los cinco recipientes llenos de hormigas que estaban en el piso, suspiró, dando tres pasos más, tomó con su mano izquierda el poporo y con la derecha desató el nudo que lo aseguraba a la rama del árbol. Se escucharon risas, las cinco vasijas que el hijo del cacique había dejado en el piso a la sombra del árbol fueron tomadas y repartidas entre el resto de las mujeres. No fue fácil tomar la decisión, pero el concejo de la abuela fue claro: “quédate con el que te haga sentir hormigas en el estómago”. Yama fue consciente que para tomar las vasijas llenas de hormigas que Guary había dejado en la pata del árbol, tenía que arrodillarse y tal vez así debiera permanecer por el resto de su vida; ella prefería iniciar una historia de amor estando de pie y sintiendo ese aleteo extraño del que hablaba su abuela.
Antes de acercarse al grupo de mujeres, Uday observó que Guary se retiraba con todo su grupo de ayudantes, sabía que difícilmente llegarían a ser amigos, pero las reglas eran claras en la tribu, Yama lo había escogido a él y todos habían sido testigos del hecho. De regreso al caserío todo fue risa y cantos, pronto Yama y Uday vivirían juntos, por eso hoy cantaban:
Vuelan mis hormigas
En tu estómago
Porque has aceptado
Mi ofrenda de amor.
No serás más Tygui
Yo por fin seré Aguigua
Y pronto tendremos
Nuestros Chutas