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El Hombre del Balcón

El Hombre del Balcón

2.do puesto Concurso Historias Para Viajar 2022

Autor Daniel Garzón

Hace pocos meses, los Rodríguez terminaron de construir su casa. Desde hace más de una
década, la gente en Bogotá está construyendo sus casas para convertirlas en edificios de
apartamentos, por lo que los barrios se han transformado: las pequeñas y tradicionales
viviendas de un piso han dado paso a enormes edificios de hasta cinco pisos donde viven
personas que ni siquiera se conocen entre sí, a pesar de vivir en un mismo lugar. Cosas de
ciudad, cosas de la modernidad.

El caso, hace pocos meses, los Rodríguez terminaron de construir su casa. Hicieron asado
para celebrarlo. A nosotros nos brindaron algunas cervezas y un calcinado pedazo de carne.
A los pocos días llegó el Hombre del Balcón; un viejo, creo yo que es un viejo, que alquiló el
último piso de la recién inaugurada casa. Fue ahí que lo “conocí”. Digo “conocí”, entre
comillas, porque nunca lo he visto, en realidad. No tengo ni la menor idea de cómo es: no
sé cómo luce, no sé si es alto o bajo, gordo o flaco o si es blanco, café, negro o amarillo. Sin
embargo, su invisible presencia me ha marcado. Lo único que conozco del Hombre del
Balcón es su voz y, por eso, también sé que está triste, muy triste.

La primera vez que lo oí, fue a los pocos días de su llegada. Yo estaba sacando a Simón, mi
perro, a pasear, cuando escuché una lejana voz que cantaba una balada: Cómo deseo ser tu
amor esa deprimente y melancólica balada de los Galos. Eso me llamó mucho la atención.
Este barrio está lleno de ancianos amargados que nunca escuchan música; era la primera
vez que, a parte de mi familia, alguien se atrevía a escuchar música en la noche sin que fuera
diciembre.

Cuando pasé por debajo del balcón, pude ver que ese hombre estaba allí, pero era casi
invisible:solo podía ver su sombra, su silueta que empuñaba una botella de quién sabe qué
licor y sirviéndola en un gran vaso. “Eso no es cerveza”; recuerdo haber pensado. Su voz era
triste, casi ridículamente triste; sin embargo, debo reconocer que esa escena me hizo
temblar, ¿por qué ese hombre, que seguro no era joven, estaba así? Luego lo escuché
sollozar y decidí seguir mi camino, la tristeza no debe ser compartida con desconocidos.
Al llegar a casa, solo podía pensar en ese nuevo personaje que había llegado al barrio y que
traía consigo sus penas a cuestas. Al otro día lo olvidé. Mi cerebro cuenta con un mecanismo
de defensa el cual hace que me obsesione con cosas, cosas que olvido rápidamente. Sin
embargo, esa noche, el Hombre del Balcón seguía allí, bebiendo y cantando sus baladas,
rancheras y tangos. El pasar de los días no hizo ninguna diferencia, pues él, infaltablemente,
bebe, canta y llora en ese balcón, invisible para todos nosotros.

Quisiera saber el origen de su tristeza, saber por qué sufre, de dónde viene, qué la causó.
No lo hago por propósitos altruistas o porque él me interese, a la larga es solo un
desconocido que canta entre lágrimas. En realidad, mis propósitos son más bien egoístas:
por el simple hecho de saber, de conocer y, también, porque realmente no me quiero
convertir en un anciano que vive solo, llora solo y bebe solo, mientras, probablemente,
rememora mejores tiempos. Si hay algo a lo que le tengo miedo es a eso.

Para mí ya se ha vuelto una costumbre salir en la noche y disfrutar de su música, a pesar de
que se entremezcle con su sollozos y llanticos. Pienso que, con el tiempo, el dolor de los
demás, cuando es permanente, no nos impacta más sino que, por el contrario, lo
normalizamos y hasta lo olvidamos, ¿qué podemos esperar como sociedad, como
civilización? Dios, qué horror.

Las canciones que el Hombre del Balcón canta, me recuerdan a mi querido padre. A veces,
pienso que ese hombre tiene el aspecto de mi padre, tal vez por eso mismo me impacta:
fácilmente, él puede ser cualquiera de nosotros, fácilmente ese puede ser nuestro destino.
Algunas veces, al pasar debajo de su balcón, fantaseo… bueno, tal vez no fantaseo, eso
suena morboso, imagino que él, tras una larga noche de borrachera, tropieza y cae
trágicamente por el balcón y se dirige hacia su final, en el asfalto, al igual que el hombre de
Construção. Pienso que, en medio de la noche, los vecinos vendrán, golpearán en la puerta
y dirán que el borracho del último piso de los Rodríguez se cayó del balcón y que está
agonizando en la calle. Entonces, saldría emocionado y correría para poder verlo, para,
finalmente, poder saber cómo luce: saber si es alto o bajo, gordo o flaco o si es blanco, café,
negro o amarillo. Luego pienso que si él muere, no podría saber qué le sucedió y no podría,
entonces, evitar ese mismo destino para mí. Como ya lo he dicho, él no me interesa en lo
más mínimo, él me interesa porque no quiero ser él, no quiero que nadie sea él.
Mi imaginación se distrae porque Simón está buscando pelea con un perro. Mientras tanto,
el Hombre del Balcón permanece allí y no cae. Sigue triste, borracho, solo e invisible en su
oscuro y ajeno balcón.